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Julio Flórez, el poeta inmanente – #UnSigloSinJulioFlórez

A finales del siglo XIX, dos autores eran las figuras de la poesía y de la literatura colombianas; en su orden Julio Flórez y José María Vargas Vila, quienes desarrollaron su obra y vivieron en medio de ese trasegar de guerras fratricidas regionales, que dejaban a su paso más desolación que lo que más tarde se conocería como “La Violencia”.

Flórez ostentaba el título de <Poeta Nacional> y fue coronado como vate inspirado por Calíope, la musa de la poesía, mientras que Vargas Vila era el escritor más reconocido de Colombia en el exterior, hasta que García Márquez lo destronara con su Nobel hace cuarenta años.

El poeta nació en la Villa de Chiquinquirá el 22 de mayo de 1867 y, Vargas Vila vio la luz en Bogotá, el 23 de junio de 1860. Su contemporaneidad marcó su vida con particularidades como lo eran sus ideales libertarios, en contra del conservatismo. Sus reuniones literarias se desarrollaban en chicherías de mala muerte como la de Pacho Angarita y en casas de lenocinio, donde las encargadas de la entretención para adultos poco o nada entendían los versos y la prosa de los autores.

Se recuerdan de esa vida disoluta, estas coplas de su autoría, publicadas en el libro de Fabio Peñarete “Así fue la Gruta Simbólica”:

Es tan caritativa
Pepita Escudo,
Que cuando está de fiesta
“viste al desnudo”…
Debe haber plata, exclamaba,
Si el libro de caja hojeaba
El cajero Juan Quimbay;
Mas luego la caja abría
Y con tristeza decía:
“Debe-Haber”…! Pero no hay.

Tan solo a los seis años, corrió al lado de su madre para recitarle su primer y glorioso poema, compuesto en el corral de las gallinas de la casa:

A las siete me levanto,
A las ocho todo vuela,
A las nueve las gallinas,
Y a las diez para la escuela.

En la escuela no fue muy juicioso y, un maestro en Chiquinquirá lo castigó dejándolo encerrado en el salón por una noche. Flórez resolvió no aquejarse y se organizó cama con los mapas. Al día siguiente, cuando le preguntaron cómo había dormido, contestó en verso:

Fue mi lecho la América del Norte;
La América del Sur, mi cobertor;
Recliné mi cabeza en el Atlántico
Y me dormí del Niágara al rumor.

Peñarete (Peñarete, 1972, 111), dice precisamente: “La obra de Flórez es abundante, pero muy irregular en calidad”… y agrega: “Sus cantos pasaban a la imprenta frescos, recién nacidos, aún húmedos del aliento de su alma. De ahí sus aciertos y sus defectos”. En orden alfabético, sus libros fueron: Año Harmónico, Cardos y Lirios, Cesta de Lotos, Fronda Lírica, Fuego y Ceniza, Gotas de Ajenjo, Horas, La Voz del Río, Manojo de Zarzas, Oro y Ébano, y Otros Poemas.
Otro de sus perversos versos, lo compuso en 1912 cuando en la barca que lo llevaba por el río Magdalena hasta Barranquilla, el sacerdote Fray Andrés Mesanza, le solicitó un recuerdo escrito de ese largo viaje:

La oración es azul, las oraciones
Suben en pos del Mártir de la Cruz;
Henchido de oraciones está el cielo,
Y es por ello que el cielo es siempre azul.

En la misma obra de Peñarete (Peñarete, 1972, 39), se reproduce una caricatura de Flórez, que, como pie de nota, dice: “Así vieron algunos contemporáneos a JULIO FLÓREZ a través de leyendas que hicieron fácil curso popular acerca de su necrofilia”. Recordemos que esa desviación mental, es la que lleva a las personas a tener relaciones sexuales con cadáveres.

Flórez vivía ensimismado y vestido de negro; de ese luto de los habitantes de las ciudades colombianas de la época; mientras que Vargas Vila hacía lucir sus exageradas manías y sus anillos en todos los dedos y los dos, con sus excentricidades, eran representantes de los literatos, enfrentados a las normas del bien ser y del bien estar.

Flórez, asocial y bohemio, conspiraba contra el Gobierno desde <La Gruta Simbólica> y, Vargas Vila, quería ser el adalid de la libre expresión, aún con su forma barroca de escribir. Pero, en general, lo macabro estaba presente en los dos, pues Flórez tenía en su dormitorio el cráneo de una calavera y desarrollaba veladas literarias en los cementerios y, algo similar en los panteones hacía Vargas Vila.

Los dos, melifluos varones. Flórez dejaría descendencia con la niña de catorce años Petrona Moreno, madre de Cielo, León Julio, Divina, Lira y Hugo y, Vargas Vila no tendría hijos, pues su única relación estable y homosexual, la tuvo con el cubano Ramón Palacio Viso.

Tanto Flórez Roa como Vargas Vila fueron vistos en su tiempo como dos depravados, el uno, pederasta, el otro, pretendiente de mancebos.

Se dice que Flórez es una leyenda perpetua, hijo del médico y presidente del Estado Soberano de Boyacá Policarpo María Flórez y de doña Dolores Roa, a quien dedicó “Altas Ternuras”, obra en la que recopiló una serie de malos poemas de amor filial:

¡Yo la adoro, la adoro sin medida,
Con un amor como ninguno grande,
Grande… ¡a pesar que me dio la vida!

El chiquinquireño, “era dueño de subyugante atractivo personal: noble figura, tez morena, mostacho mosqueteril, retorcido; grandes ojos negros alelados y brillantes; frente ancha, espaciosa, con arqueadas cejas pobladas; nariz recta; chambergo de anchas alas, bastón con empuñadura de plata, paletó de grueso paño y corte característico. Tal la estampa mediana, de varonil talante, que adornaban historias galantes”. (Peñarete, 1972, 107).

No obstante, esa descripción, el mismo poeta se calificaba de pigmeo (Peñarete, 1972, 104) en su poema “Silueta”:

Es esta la imagen fría
De un poeta extravagante,
Que sin fuerzas de gigante
Soñó ser gigante un día;
Y que, tras de lucha impía,
Mustio y rendido cayó,
Y tan sólo consiguió
Avivar más su deseo
Y ser tan solo un pigmeo
Que aún sueña lo que soñó.

Hoy, Flórez Roa y Vargas Vila no son figuras de recordación en el elenco de autores dedicados a la narco literatura. Es conocida la anécdota según la cual, en una oportunidad la poeta María Mercedes Carranza, cuando dirigía la Casa de Poesía Silva al señalar los salones dedicados a los diferentes poetas nacionales, mostraba el baño del recinto como el sitio de Julio Flórez.

Sin embargo, podemos decir hoy, como lo señalo en mi libro “La morada del héroe” sobre el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, que el erotismo en este reconocido autor tuvo influencia colombiana, ¡quién lo creyera! Pues resulta que la novela de José María Vargas Vila “Aura o las violetas”, una historia de amor, sufrimiento y muerte, la abuelita de Vargas Llosa y su nana <Mamaé>, la leían en Cochabamba <<la única obra presentable de él>>, decían ellas y, “con muchos puntos suspensivos”, el niño Mario, de ocho años, sonrojado, ojeaba a trozos y a escondidas, como lo confesó en un discurso titulado “Semilla de los sueños”, que pronunció en Londres en 1997.

En “Noticia de un secuestro”, Gabriel García Márquez resalta a Vargas Vila como “el mejor escritor de América Latina”, el primero que pudo vivir de lo que escribía y mejor, de las obras que vendía. En cambio, Flórez, “Ojos alelados, ausentes y tristes, noblemente tristes”, falleció pobre.

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* Hernán Alejandro Olano García, miembro correspondiente de las Academias Colombiana, Panameña, Guineobiseana de la Lengua.

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