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La columna de José Ricardo – La influencia de las redes en la salud mental

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Esa voraz propulsión de consultar las redes a todo momento está estrechamente relacionada con el placer que genera en las personas el enterarse de todo, sin filtro, y husmear la vida ajena, algo que es adherente al comportamiento de las personas, así se diga lo contrario de boca para afuera. 

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Para nadie es un secreto el efecto negativo que han causado las redes sociales en la salud mental de los seres humanos.

Son muchas las investigaciones realizadas por expertos, y todas coinciden en concluir que la afectación que ha producido la adicción a los medios sociales por parte de niños y jóvenes y el impacto negativo que tienen las mismas en la estabilidad emocional, ha tenido desenlaces fatales.

Los analistas señalan que la adhesión a las redes sociales afecta alrededor del 25% de los jóvenes, siendo catalogada como una de las dependencias más peligrosas, incluso más que las drogas, el cigarrillo o el alcohol y que su carácter adictivo se debe en gran parte al grado de impulsividad con que se utilizan.

Esa voraz propulsión de consultar las redes a todo momento está estrechamente relacionada con el placer que genera en las personas el enterarse de todo, sin filtro, y husmear la vida ajena, algo que es adherente al comportamiento de las personas, así se diga lo contrario de boca para afuera.

La dopamina, el neurotransmisor que nos proporciona felicidad es una molécula que se encarga de llevar un mensaje desde las neuronas hacia otras células y llega al cerebro para generar satisfacción y gozo, y eso es justamente lo que más se persigue al colocar todo en las vitrinas cibernéticas como las intimidades, imágenes insinuantes, comentarios descarnados de odio y resentimiento, la agresión permanente contra las instituciones públicas, así como a las personas que gozan del reconocimiento colectivo, las intrigas, el matoneo, la crítica destructiva y una serie de comportamientos reveladores del lado oscuro que antes de las redes sociales no conocíamos de nuestros semejantes y en especial de aquellos cercanos que creíamos erradamente eran, respetuosos, neutros y sensatos.

Una de las tantas afectaciones que incide en el cerebro es estar la mayor parte del tiempo sentados, rutina perjudicial para la salud, pero más lesivo aun lo que hacemos regularmente cuando estamos en esa posición frente a un aparato que nos encadena como esclavos por horas y horas sin que nos percatemos siquiera del daño que estamos ocasionando a cuerpo y mente.

Otra de las consecuencias de esta adhesión es el retraimiento que sufren quienes están amarrados al computador o al celular hasta llegar a experimentar síntomas psicológicos de depresión cuando se está lejos de los aparatos tecnológicos, por cuanto elementos como el móvil son ya para muchos una extensión de su cuerpo.

Las personas dependientes de las tentaciones digitales manifiestan sentimientos de ansiedad, ira y cólera descontrolada cuando algún daño de conectividad les impide navegar o los desconecta por completo del sistema; es ahí cuando sienten impotencia, ya que, según lo afirman, “No se es nada sin el internet”.

Por otra parte, el consumo indiscriminado de contenidos ha llegado a desatar acciones de violencia escalofriantes, porque los juegos de supuesto entretenimiento tienen como argumento primario ametrallar al que se atraviesa por el camino y destruir con bombas arrebatadas lo que está a su alrededor.

¿Qué otra cosa hace entonces los jóvenes, luego de haber estado durante días, semanas y meses consumiendo estos modelos de violencia?

La respuesta es obvia y solo falta recordar los lamentables sucesos que han ocurrido en países como Estados Unidos, donde jóvenes trastornados han llegado a escuelas e instituciones a dispararle a todo lo que se mueva como si estuvieran materializando las fantasías aprendidas en las plataformas.

Hoy estamos rodeados de medios y redes sociales que nos hostigan con información a cualquier hora del día o la noche y su carácter invasivo es tan lesivo que el solo hecho de tener el dispositivo prendido sobre la mesa de noche, nos alerta con luz y sonido sobre la llegada de cada nueva publicación y mensaje, es decir una especie de duendecillo que nos hace sobresaltar en el momento menos pensado.

Tras este fenómeno, las personas vuelcan una parte muy importante de sus vidas en las redes sociales y las confusiones entre lo virtual y lo real causan efectos fatales, como la baja autoestima y esas ideas suicidas que tanto dolor han causado a cientos de familias en las últimas décadas.

A todo esto, se suma las alteraciones en el sueño, la adicción al juego conocido como ludopatía, el aditamento a los enredos pornograficos, puestos como carnada, y otros factores más que proporcionan un estímulo en los cibernautas y les suministra recados subliminales imperceptibles que poco a poco van calando en el comportamiento irregular de los seres humanos.

Un enemigo oculto que, como el cáncer, carcome sigilosamente las células hasta llegar a manifestarse de manera repentina en el comportamiento de los adictos y que a la postre ha contribuido absurdamente a la agudización de la violencia, el terrorismo y la amenaza social.

Los estudios arrojan también que el internet es una ventana de relación para todos, sin embargo, quienes viven en periodo de soledad son más vulnerables ante el riesgo de dependencia, ya que sienten en este vehículo de comunicación un sustituto de sus vacíos, frustraciones y carencias.

Las imágenes de Instagram, por ejemplo, proyectan un universo en el que la vanidad parece una constante a partir de poses y montajes de Photoshop protagonizadas por aquellos que muestran sonrisas falsas y un mundo postizo que está muy lejos de sus realidades, como aquellas imágenes manoseadas con experticia donde se arregla cualquier defecto físico y lo pone en un escenario ficticio de falsa credibilidad embaucadora.

La falta de capacitación al núcleo familiar para el manejo adecuado de las redes sociales es latente y a esto se suma la ingenuidad con la que muchos navegan, sin saber que el solo hecho de haber ingresado, los convierte en presa fácil para esos «monstruos» que andan al asecho de nuevas víctimas.

Las ventas fraudulentas por su parte, siguen cobrando mártires a cada segundo, al igual que las estafas, el atraco, el acoso, la seducción y ese trabajo metódico con el que se lavan cerebros a diario y se invade la privacidad del verdadero análisis, influenciado por aquellos taimados que saben el poder que hoy tiene un simple comentario soltado al aire y que, como cohete sin palo, cae en cualquier terreno ocasionando el más calculado y temerario incendio.

De todas maneras, el uso irresponsable de las herramientas tecnológicas siempre traerá consecuencias funestas para la salud mental de los aficionados a estas metodologías, razón por la que se han encendido las alarmas instando a la generación de políticas públicas serias y responsables que, a corto, mediano y largo plazo, permitan salir de ese túnel oscuro en el que ha caído la sociedad contemporánea.

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